EL SÍNDROME DE LA MUERTE DE IVAN ILLICH EN EL SIGLO XXI

¿Por qué esperamos hasta la edad de retiro para empezar a vivir?

Hace poco me interesé por un libro llamado “La muerte de Ivan Illich” de Leon Tolstoi. Me sorprendió como una novela de los 1800 pudiera representar tan bien lo que pasa a los hombres y mujeres de empresa hoy en día.

La corta novela inicia con el sepelio de Ivan  para retroceder en el tiempo describiendo como vivió siempre tratando de obrar de acuerdo a las normas sociales y apostándolo todo por el éxito profesional. Al final, en su lecho de muerte se pregunta de manera desconsolada “¿No será que toda mi vida fue un error?”.

Un hombre que actuó siempre bajo el precepto de “Lo correcto” y que hizo todo para encontrar un buen puesto en el Gobierno Ruso de la época poco a poco va cumpliendo sus metas. Pero en su  lecho de muerte se da cuenta tarde que morirá solo y se plantea si todo lo vivido valió la pena.

En el mundo laboral moderno se vive una rabiosa batalla por el éxito, por el poder. Normalmente el éxito se ve reflejado en la cantidad y tipo de bienes que se han logrado adquirir. El nivel de éxito esta estratificado por barrios y también bastante bien reflejado en la marca del auto que se conduce, en el costo de la loción usada y en la marquilla del traje que está siempre invisible en el cuello. En resumen, el “Éxito” está basado en muchos símbolos representados en objetos, productos y que significan status. Desafortunadamente no se tienen en cuenta dentro del éxito, o al menos muy pocas veces, la espiritualidad, el sentido del logro. La felicidad de hacer no solo lo correcto sino de actuar de acuerdo a las convicciones.

¿Utilidades a toda consta?
Cuando una organización cualquiera no presenta utilidades en un periodo hay un desgano general. Sentimientos de fracaso afloran y las alarmas se activan. Pero más allá del incumplimiento de las utilidades, todo se perdió? ¡Por supuesto que no! hubo trabajo para cientos o miles de personas y eso ya es un logro bastante por que alegrarse. El hacer feliz o al menos más vivible la vida a sus empleados y sus familias debería ser un motor para que directivos, accionistas y por supuesto los colaboradores mismos emprendan con alegría y entusiasmo el revertir tal situación. ¿Acaso como seres mortales nos llevaremos la riqueza a la eternidad? No es justo entonces subvalorar esas buenas acciones, y una leve pérdida en un balance  no puede verse como un fracaso total si revisamos el impacto social que la empresa ha reflejado sobre la sociedad a través de empleos directos o indirectos.

¿Y como colaborador: éxito a toda consta?
Durante mi paso por organizaciones he visto como algunas personas lo dan todo por el éxito. Son capaces de seguir fielmente los preceptos de su jefe, director o gerente (aun estando en desacuerdo), sólo para no provocar conflictos que pongan en peligro su camino hacia una promoción. Los he visto sacrificarse trabajando hasta altas horas de la noche, llevando su trabajo a casa los fines de semana. Muchos, gustosos y apetentes aceptan un cargo con un 25% más de salario pero con el 200% más de estrés. En el cambio se valora poco la tensión y la preocupación constante que traerán los nuevos retos: ¡Todo por el dinero!. ¡Por las metas, hasta la vida!. El éxito no da espera y hay que hacer muy torpe para darle la espalda a las “oportunidades”.

En este camino hacia el éxito así concebido, en no pocas ocasiones hay que promover al ahorro, la maximización de la ganancia, la productividad que no pocas veces se ve reflejado en pequeñas ayudas para sacar del camino a otros colaboradores contrincantes en esas luchas por el éxito. Los despidos masivos como medida de ahorro o para salvaguardar el balance positivo al final del año tampoco es muy inusual en nuestros días.

 Aunque tarde nos damos cuenta, las prioridades cambian…
Y así como sucedió a Ivan Illich, nos puede pasar a nosotros. Cuando se cruza la barrera de los 50 o más años, cuando la necesidad de una casa o un auto no son las prioridades, cuando el cuerpo empieza a cobrar los excesos (en los placeres y en el trabajo), entonces allí emprendemos una retirada táctica hacia otros objetivos: empezamos a interesarnos por nuestros nietos. Desempolvamos los viejos hobbies de juventud y entonces separamos algunos días para la pesca. Recordamos con añoranza aquellos tiempos de niñez de nuestros hijos, sus momentos de adolescencia y es difícil aguantar las lagrimas  al recordar como no lo acompañamos en ese partido de futbol o en esa presentación de teatro porque teníamos una junta. En el momento en el que la carrera por el éxito era nuestra prioridad dejábamos a los niños dormidos y cuando regresábamos, si acaso estaban despiertos, demasiado cansancio recorría nuestros cuerpos como para ver el hermoso mapa de plastilina y las tareas del colegio. O para leer unos cuentos juntos en la misma cama y  finalizar con guerra de cosquillas y de almohadas.

No pasó. Si sucedió no fue con la frecuencia deseada porque estábamos demasiado ocupados con nuestro sacrificio detrás de la ambición llamada “éxito”.

Si esto no le parece cierto le pido que mire las fotografías de sus hijos cuando estaban niños… estarán de acuerdo conmigo en que haber compartido muchos de esos momentos a plenitud y sin apuros, como diría un comercial, “no tiene precio”. No sigo, so pena de auto infligirme o causar en usted algunas lagrimas.

¿Y cuándo es demasiado tarde?
Trabajamos muy duro durante años. Prácticamente sacrificamos descanso, salud y familia y con el tiempo nuestro cuerpo empieza a mostrar el cansancio producto de los esfuerzos y de los años. Los niños ya no lo son y empiezan a prepararse para su independencia y su partida. Nos vamos quedando solos…

En ese momento empezamos a desear nuestra jubilación. En ese momento nos empezamos a preocupar por hacer lo que nunca habíamos hecho: queremos invitar a  nuestros hijos a volar papalotes (un poco a destiempo, porque prefiere pasar el tiempo con su novio-a). Hacemos esa llamada al viejo amigo compañero de la universidad que no vemos hace 20 años y lo invitamos a casa y se juega a las cartas (como en aquellos tiempos), como queriéndonos mostrar a sí mismos que aun podemos vivir. Compramos la bicicleta, la caña de pescar, La cámara fotográfica. Volvemos a tomar la guitarra para tratar de acordarnos de los acordes de aquella canción que nos recuerda cuando estábamos enamorados.

Y entonces nos damos cuenta que nuestras habilidades mejores se fueron. Que ya no somos los mismos y que debemos aceptar con gallardía  que nuestro tiempo pasó, que lo gastamos buscando el dinero, el estatus, el éxito.

Porque no seremos capaces de tener estos pensamientos más temprano?  Porque aparecen solo en la edad madura? La naturaleza es sabia y sabrá por qué lo hace, pero si vale entonces preguntarse:

¿Es un imponderable por estar ocupados persiguiendo el éxito, dejemos de lado las pequeñas cosas que hacen grande la vida? Lo dijo Tolstoi hace 130 años a través de Ivan Ilich pero su mensaje no ha trascendido. O si?

 Lo fundamental
El tema que he abordado no pretende dar una solución ya que es un tema íntimo, que escarba en las profundidades del alma y los problemas humanos. Me temo que no es resoluble. Solo sé que si alguien me diera los consejos siguientes, estaría tentado a decir que son sabios:

-No sacrifique todo por el dinero. Hay cosas que no tienen precio. Unas de ellas son la salud y el placer de ver crecer un hijo
-El éxito no es medible en dinero ni en objetos. Es más posible que esté en que hagamos esas cosas que nos hacen feliz y en ayudar a hacer feliz a los demás.
-No aplace para después esos “pequeños placeres”. No sabe si cuando llegue el momento todavía los pueda realizar o peor aún,  si los podrá vivir.
-No se mortifique con el éxito material de los demás. Todos tomamos caminos diferentes y tenemos derecho a ser feliz con lo que obtenemos.

 Una mejor interpretación y mejor resumen del libro de Tolstoi lo hizo un reconocido cantautor y poeta, en una de sus más hermosas canciones:

“Vaya con suerte quien se cree astuto
Porque ha logrado acumular objetos.
Pobre mortal que, desalmado y bruto,
Perdió el amor y se perdió el respeto”

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